SPLENDOR. 1989. 110´. Color-B/N.
Dirección: Ettore Scola; Guión: Ettore Scola; Dirección de fotografía: Luciano Tovoli; Montaje: Francesco Malvestito; Música: Armando Trovaioli; Diseño de producción: Luciano Ricceri; Producción: Mario y Vittorio Cecchi Gori, para Cecchi Gori Group Tiger Cinematografica-Studio EL-Gaumont (Italia-Francia).
Intérpretes: Marcello Mastroianni (Jordan); Massimo Troisi (Luigi); Marina Vladi (Chantal); Paolo Panelli (Señor Paolo); Pamela Villoresi (Eugenia); Giacomo Piperno (Lo Fazio); Mauro Bosco (Padre de Jordan); Ferruccio Castronuovo (Cocomero); Vernon Dobtcheff, Giovanni Febraro, Benigna Luchetti, Simon Mizrahi.
Sinopsis: En los años 80, la gente ha dejado de ir al cine, y por eso el Splendor, una antigua sala que ha vivido épocas gloriosas, se ve en la tesitura de tener que cerrar sus puertas.
Splendor fue el largometraje de ficción que sucedió, en la filmografía de Ettore Scola, a una de las grandes películas de este director, La familia. Se trata de un drama de evidente cariz nostálgico, centrado en el ocaso de las salas de cine en favor de otras formas de entretenimiento, tema muy de moda en la actualidad y que ya vivió su primer episodio traumático allá por los años 80. Esta película tuvo la desgracia de coincidir en temática y época con un film italiano ya convertido en inmortal, Cinema Paradiso, y a causa de ello esta notable obra de Scola se vio injustamente oscurecida.
En esta ocasión, Ettore Scola filma una apasionada carta de amor al cine, que sin embargo está llena de reproches hacia sus destinatarios, los espectadores, y en general hacia unos tiempos embrutecidos, no sólo en la política, sino también en la cultura. En este relato de la gloria y la ruina de una sala de cine, el director, que escribió el guión en solitario, habla también de la decadencia cultural de su país, cuestión muy presente en las últimas obras dirigidas por uno de los maestros de este arte, y gran referente para Scola, como es Federico Fellini. El lanzamiento videográfico de las películas, así como la proliferación de canales televisivos, provocó, así en Italia como en España y otros muchos países, el cierre de multitud de salas cinematográficas en los años 80, y de ello habla, con añoranza y amargura, Splendor. Opino que el auténtico cinéfilo, el apasionado de las películas, nunca deja de ser ese niño que, en una de las escenas más bellas del film, llega el primero a la plaza donde se proyectará la cinta y va moviendo su taburete hasta tener un perfecto ángulo de visión de la maravilla que está por llegar. Quizá la mejor definición de lo que en realidad es el cine la dio el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante cuando lo describió como Arcadia todas las noches. Scola nos hace partícipes de la magia del cine como espectáculo de masas, y también como ritual pagano, tantas veces condenado por las religiones oficiales, muy reacias siempre a la competencia, pero lo hace mirando hacia atrás, con escenas en blanco y negro, porque el presente que narra es muy otro. Ese presente son butacas vacías donde antes había aglomeraciones y hasta peleas por hacerse con un asiento en la sala. Bien lo sabe Jordan, que no ha conocido otra profesión que la de exhibir películas, primero como ayudante de su padre en un cine itinerante y más tarde como dueño de una sala que ha pasado de ser el punto de cita obligado de toda la localidad a convertirse en una fuente de deudas para su propietario, que esquiva como puede las ofertas de compra de un potentado que quiere construir un centro comercial en el inmueble. A Jordan sólo le quedan Chantal, una antigua bailarina francesa enamorada de él, y Luigi, su proyeccionista, un cinéfilo incurable. Además, por supuesto, del recuerdo de los buenos tiempos.
En Splendor se cita de la manera más explícita posible, cual es exhibiendo algunas de sus escenas icónicas, a diversos clásicos del cine, con especial querencia por el cine europeo, pues ahí aparecen Lang, Bergman, Truffaut, Monicelli, Risi o, por supuesto, Fellini. Se alude, ya en el diálogo, a obras mayores de Wilder o Hitchcock, pero la alusión capital al cine estadounidense viene de la mano de otra al cine italiano: después de mencionar que Milagro en Milán, como toda fábula, tiene un final feliz, Scola hace uso de la fábula cinematográfica por antonomasia, Qué bello es vivir, para hacer exactamente eso con su propia película en una escena final conmovedora. Esta es una de las grandes pruebas de maestría que contiene Splendor, que sin embargo no maneja la alternancia entre pasado y presente con la misma eficacia que en su ficción anterior, algo a lo que tampoco contribuye una insuficiente caracterización de los protagonistas a la hora de recrear sus años de juventud. No obstante, la fotografía de Luciano Tovoli, en su primera colaboración con Scola, es incluso mejor en las escenas en blanco y negro. Destaca también la música, vivaz y omnipresente, de Armando Trovaioli, uno de los compositores más prolíficos del cine italiano. No puedo olvidarme de mencionar, ya puestos, que en pocas películas se dicen tantas verdades juntas como las que dedica Luigi, el proyeccionista, al grupo de hombres que holgazanea en la cafetería. Así nos va, nos dice, cargado de razón, Ettore Scola en boca de uno de sus protagonistas.
Una de las bazas ganadoras del gran cine italiano son sus actores, y pocos son tan míticos como Marcello Mastroianni, protagonista de Splendor y también asiduo en la obra de Ettore Scola. Nadie podría dar una mejor vida a un hombre maduro, carismático y seductor, que no ha perdido del todo su idealismo de juventud y mantiene al cínico que toda persona adulta encierra en un apropiado segundo plano. Le da la réplica con eficacia un Massimo Troisi que compuso aquí su primer personaje importante en el cine a las órdenes de otro director y salió muy airoso del reto de interpretar al hablador, tenaz y empedernido romántico Luigi. El principal papel femenino recae en Marina Vlady, que sabe darle el adecuado aire melancólico a una mujer movida por su amor al cine… y a Jordan. Destaco también a Paolo Panelli, en la piel de un librero enamorado sin esperanzas, cuyo personaje deja otra de las joyas de la película cuando dice que nadie es consciente de lo solo que está hasta que pierde a su madre.
Oda al cine como arte elevador del espíritu, Splendor es una muy buena película que posee mucho valor por sí misma, sin necesidad de ser comparada con otras.