ROOM. 2015. 118´. Color.
Dirección: Lenny Abrahamson; Guión: Emma Donaghue, basado en su novela; Director de fotografía: Danny Cohen; Montaje: Nathan Nugent; Música: Stephen Rennicks; Diseño de producción: Ethan Tobman; Dirección artística: Michelle Lannon; Producción: Ed Guiney y David Gross, para Element Pictures-Film 4- Film Nation Entertainment-No Trace Camping-Ontario Media Development Corporation (República de Irlanda-Canadá).
Intérpretes: Brie Larson (Madre); Jacob Tremblay (Jack); Sean Bridgers (Viejo Nick); Joan Allen (Nancy); Tom McCamus (Leo); William H. Macy (Robert); Cas Anvar (Dr. Mittal); Wendy Crewson, Matt Gordon, Amanda Brugel, Joe Pingue, Randal Edwards.
Sinopsis: Una joven vive encerrada en una habitación junto a su hijo de cinco años.
Una de las películas triunfadoras del satisfactorio año cinematográfico 2015 fue La habitación, que logró convertirse en el film independiente que cada temporada acapara galardones y se presenta como invitado sorpresa en la gala de los Óscar. Este drama familiar, basado en la novela de Emma Donaghue, es el mayor logro conseguido en la gran pantalla por el cineasta irlandés Lenny Abrahamson, que ya había apuntado buenas maneras en algunas de sus obras anteriores, como Frank, y que con esta película no hizo otra cosa que coleccionar laureles, gracias a un entusiasmo crítico que sólo se transmitió en parte a las audiencias.
Si decimos que Emma Donaghue se inspiró, a la hora de escribir su novela, en la historia real del hombre conocido popularmente como el monstruo de Amstetten, creo que no hace falta explicar mucho más en lo referente al argumento de la película. La autora, que también escribió el guión del film, no se centró en el verdugo, sino en sus víctimas, aunque por fortuna se apartó de la tentación de cargar demasiado las tintas en el obvio trasfondo melodramático de la propuesta, en la que lo más llamativo es que se adopta el punto de vista de un niño que no conoce otra realidad que la de la habitación en la que ha vivido desde que nació. Fuera de ella sólo están el cielo, que sólo puede contemplar a través de una claraboya, y esa otra realidad que ve en la televisión. En sus primeros minutos, la película es un ejemplo de cómo desvelar de forma paulatina una situación terrorífica, y de hacerlo con una sutileza que no hace sino aumentar la inquietud del espectador ante lo que está viendo. Cuando uno habla, en abstracto, de elementos clave en una película, como la creación de atmósferas o el pulso narrativo, se puede perder en un sinfín de disquisiciones, pero sirva la primera hora de metraje de La habitación como magnífica muestra de a qué deberían oler las nubes del arte cinematográfico cuando se obtienen unos resultados tan sobresalientes a partir de una puesta en escena que difícilmente puede ser más minimalista. Primero, tenemos la visión del niño, pura y a la vez compleja; enseguida se nos presenta la de su madre, que vive en la dualidad de conocer cuál es la situación real de ambos y la necesidad de ocultársela a su hijo para así poder protegerle; después vemos, también de forma progresiva, el rostro del mal, que no es el de alguien marcado por un estigma visible, sino el vecino o conocido que todos podemos tener sin que nos llame para nada la atención. Cuando le ve preparado para entenderla, la madre explica a su vástago la verdadera naturaleza de su situación, porque sus anteriores intentos de huida fracasaron y la criatura puede ser una nueva y más eficaz vía para recuperar la libertad. La tensión es máxima durante la planificación, y en especial durante la ejecución, del plan de fuga, secuencia esta en la que recomendaría no pestañear más que lo imprescindible, de no ser porque el director ya logra ese efecto por sí mismo. Muchas películas normales, e incluso algunas muy buenas, terminarían ahí, pero el tándem Donaghue-Abrahamson tiene el loable detalle de ir más allá y narrar la difícil aclimatación al mundo de una joven que ha vivido muchos años fuera de él, y de un niño que ni siquiera lo conocía. Es muy difícil igualar lo logrado en los primeros sesenta minutos, pero tampoco se produce el temido bajón, en parte porque los artífices del film hacen uso de un insobornable espíritu realista, a través del cual podemos ver que hay espacio para la felicidad, pero también para una enorme confusión, para el desánimo e, incluso, para el resentimiento. Está ese abuelo que es incapaz de mirar siquiera a su nieto, incapaz de ver más allá del nefando origen de esa criatura, y también esa joven madre que siente que también su círculo más próximo había aprendido a vivir, o al menos a sobrevivir con cierta dignidad, sin ella. No falta el habitual circo mediático que se organiza alrededor de esta clase de sucesos, pero en este aspecto La habitación no aporta elementos diferenciales dignos de ser señalados. No es que el final esté a la altura del principio, pero tampoco decepciona.
Lenny Abrahamson apuesta por un estilo sobrio, en el que el efectismo no tiene apenas cabida. Su trabajo se basa en el aprovechamiento de los espacios y en la utilización de un significativo número de primeros planos, que suelen alternarse con planos medios para subrayar la interacción entre los personajes y el espacio físico en el que se mueven, de una gran importancia en la historia, que es presentada de manera cronológica y lineal, aunque podría admitir otros tiempos narrativos sin resentirse, en mi opinión. Particularmente elogiable me parece el montaje, y también la manera en la que Abrahamson utiliza la cámara para dosificar la información facilitada al espectador, por ejemplo en los planos de Jack en el armario. El compositor Stephen Rennicks lleva a cabo un trabajo más que digno.
La habitación será recordada, entre otras cosas, por ser la película que le brindó el Óscar a la mejor actriz a Brie Larson, una intérprete cuya carrera en el cine, al margen de este título, no es para tirar cohetes. Siendo muy bueno su trabajo, considero que el premio fue exagerado, considerando que competía, entre otras, con la Cate Blanchett de Carol, pero esos galardones son como son. El gran descubrimiento de la película es el niño Jacob Tremblay, quien ofrece la mejor interpretación infantil que uno haya visto en muchos años, dato muy relevante porque, dado el protagonismo del personaje de Jack, una elección errónea en este punto podría haber dañado mucho el resultado final. Sean Bridgers cumple bien en la piel del posible horror cotidiano, y también Joan Allen destaca en el rol de una mujer que intenta comprender. Brilla, como casi siempre, William H. Macy, aunque su papel no sea mucho más que un cameo.
Gran película, con una primera hora difícil de superar y un desarrollo posterior coherente. El mejor trabajo de Lenny Abrahamson, de largo.