FYRE FRAUD. 2019. 96´. Color.
Dirección: Julia Willoughby Nason y Jenner Furst; Guión: Lana Barkin, Jed Lipinski, Julia Willoughby Nason y Jenner Furst; Dirección de fotografía: Evan Jake Cohen, Jay Silver, Ty Stone y Luca Del Puppo; Montaje: Matthew Prinzing, Devin Concannon y M. Brennan; Música: Khari Mateen y Danielle Furst; Producción: Lana Barkin, para Hulu (EE.UU.).
Intérpretes: Billy McFarland, Delroy Jackson, Oren Aks, Ja Rule, Jia Tolentino, Ben Meiselas, Calvin West, Seth Crossno, Maria Konnikova, Polly Mosendz, Anastasia Eremenko, Alyssa Lynch, Vickie Segar, Austin Mills, Jesse Eisinger, Matthew Burton Spector.
Sinopsis: Crónica de lo sucedido con el Fyre Festival, publicitado como el evento musical más exclusivo del mundo y tras el que se escondió una gigantesca estafa.
El tremebundo fiasco que fue el Fyre Festival nos lleva hasta una historia tan tentadora que, por el momento, ha dado origen a dos documentales, producidos respectivamente por las plataformas Netflix y Hulu. El segundo de estos films es el que me dispongo a reseñar, y está realizado por Jenner Furst, un cineasta que ya acumulaba diversas obras de interés, en especial en el campo de la no-ficción, y Julia Willoughby Nason, joven talento todoterreno cuya asociación creativa con Furst se remonta ya a varios años. Ambos construyeron una obra que, al margen de servir como reportaje de investigación acerca de lo ocurrido en torno al que hoy es considerado el peor festival de música de la historia, funciona también como certera radiografía de algunos aspectos particularmente repugnantes de la sociedad contemporánea.
Para quienes no conozcan la historia, el Fyre Festival fue un evento que, hace unos cuatro años, se anunció como una especie de versión paradisíaca de Coachella, el festival de referencia para pijos amantes del postureo. El evento iba a celebrarse en las islas Bahamas y, además de contar con la actuación de un buen número de artistas tan desconocidos para los melómanos como admirados por los millenials, ofrecería a los asistentes la posibilidad de codearse con todo tipo de famosos e influencers, estancias en lujosas villas, gastronomía gourmet y otras experiencias recreativas sólo al alcance de aquellos a quienes les sale el dinero por las orejas. Como el final de la historia es del dominio público, lo avanzo: el cerebro creador del festival, el hoy casi treintañero Billy McFarland, cumple una condena de seis años por estafa electrónica y otros delitos relacionados. ¿Qué ocurrió? La película lo explica con detalle, y la participación del propio McFarland. No obstante, la pregunta correcta, que al tiempo es la que sustenta toda la narración, es la siguiente: ¿Cómo pudo ocurrir? La respuesta nos la brindan Julia Willoughby Nason y Jenner Furst por medio de las palabras de una de las personas que ofrecen su testimonio en la película: el Fyre Festival es la mezcla de las mayores estafas acaecidas en los Estados Unidos durante las últimas décadas, y reúne elementos característicos de todas ellas.
Es obvio que el fenómeno de Silicon Valley le ha cambiado la cara al mundo entero en el presente siglo, empezando por sus patrones económícos. Nombres como Bill Gates, Steve Jobs, Mark Zuckerberg o Elon Musk, arquitectos de ideas milmillonarias, se han convertido en el modelo a seguir, y muchas personas han intentado, en algunos casos con enorme éxito, seguir sus pasos. Después está Billy McFarland, alucinante mezcla de poder embaucador, ciega autoconfianza y nula aptitud para los negocios legales. Sus declaraciones ante las cámaras revelan a un ser patético, por la enorme distancia entre la magnitud de sus sueños y la de su inteligencia, pero que es capaz de prosperar y lograr sus fines en una sociedad vergonzantemente predispuesta a dejarse seducir por vendedores de humo del más variado pelaje. Billy se dio a conocer después de crear Magnises, un producto financiero que pretendía emular a la célebre tarjeta negra de American Express (la favorita del pijerío joven del Tío Sam), sin ser realmente una tarjeta de crédito pero prometiendo, eso sí, beneficios exclusivos a sus poseedores. En esencia, una estafa piramidal, que logró ganar credibilidad después de atraer como inversor al pionero del fracking Aubrey K. McClendon, fallecido en 2016 por un accidente automovilístico ocurrido inmediatamente después de ser acusado de violar las leyes anti-trust. Magnesis jamás llegó a alzar el vuelo de manera significativa, pero proporcionó a McFarland el modus operandi para acometer con éxito su mayor reto, que no era otro que el Fyre Festival. Ahí, Billy dio los pasos correctos: reclutó al rapero Ja Rule para que ejerciese como maestro de ceremonias del evento y le pusiera en contacto con la flor y nata del famoseo, y contrató a fuckjerry, una poderosa cuenta de Instagram, para que promocionara el evento en redes sociales de forma masiva. Con ello se construyó la burbuja perfecta del siglo XXI. Lástima que McFarland no tuviera ni puta idea de cómo organizar un festival de música, y de que aun así pretendiera hacerlo en unos pocos meses, y en un lugar que carecía de las más básicas infraestructuras. Ajeno a las voces que, tímidamente, le alertaban al respecto de su descabellado proyecto, Billy se empeñó en una huida hacia adelante que… en fin, ya sabemos cómo acabó.
Julia Willoughby Nason y Jenner Furst facturan un relato muy bien construido, aunque quizá demasiado enfático en el discurso, utilizando un tono que alterna entre la estupefacción y el sarcasmo, que por otra parte son los sentimientos más recurrentes que puedan tener los espectadores al ver su película. La intención satírica se hace evidente con la inclusión de algunos documentos visuales de archivo para ilustrar los comentarios de los intervinientes, y sobre todo con la sucesión de imágenes del fiasco tomadas por los propios asistentes al festival, que inundaron las redes durante días para relatar su nefasta experiencia, y de las reacciones, casi todas despiadadas, que generó el desastre en informativos y late shows de máxima audiencia. Confieso que me divirtieron mucho las imágenes del tangado e incrédulo pijerío perdido en mitad de la nada más absoluta, y en especial el comentario de uno de los testimonios que, al desencadenarse una furiosa tormenta en las Bahamas la madrugada anterior al teórico inicio del festival, confiesa haber pensado que esa tempestad era obra de Dios. Eso sí, frente a McFarland, un ser que se toma a sí mismo en serio hasta lo indecente, se acaba el cachondeíto, y se le acorrala porque, dialécticamente y en espacios cortos (sus primeros planos muestran más desprecio hacia el retratado que otra cosa), el muchacho no tiene media hostia. Interviene también la novia de Billy, imagino que para confirmar que el amor, además de ciego, suele ser débil mental, y los testigos describen al protagonista como lo que es, un ser con delirios de grandeza que utiliza sin pudor a los demás para conseguir lo que quiere. Un excelente trabajo en la sala de edición termina de darle forma a un film de lo más recomendable, por ameno, interesante y agudo, que a partir de un episodio muy concreto elabora un fresco social que funciona como fotografía de la decadencia de una civilización. Desconozco a día de hoy la calidad del documental de Netflix, pero Fyre fraud tiene mucha.