BOHEMIAN RHAPSODY. 2018. 134´. Color.
Dirección: Bryan Singer; Guión: Anthony McCarten, basado en un argumento de Peter Morgan y Anthony McCarten; Dirección de fotografía: Newton Thomas Sigel; Montaje: John Ottman; Música: Queen; Diseño de producción: Aaron Haye; Dirección artística: David Hindle (Supervisión); Producción: Jim Beach y Peter Oberth, para New Regency-GK Films-20th Century Fox. (Reino Unido-EE.UU.).
Intérpretes: Rami Malek (Freddie Mercury); Lucy Boynton (Mary Austin); Gwylim Lee (Brian May); Ben Hardy (Roger Taylor); Joseph Mazzello (John Deacon); Aidan Gillen (John Reid); Allen Leech (Paul Prenter); Tom Hollander (Jim Beach); Mike Myers (Ray Foster); Aaron McCusker (Jim Hutton); Meneka Das, Ace Bhatti, Priya Blackburn, Dermot Murphy, Dickie Beau, Tim Plester, Jack Roth, Max Bennett, Michelle Duncan.
Sinopsis: Crónica de la trayectoria musical de Queen, desde su formación hasta su épico miniconcierto en el Live Aid de 1985.
Bryan Singer, cineasta talentoso cuya carrera lleva años sin estar a la altura de su espectacular arranque, fue el escogido para hacerse cargo de la biografía fílmica oficial de uno de los grupos de rock más populares de la historia: Queen. Avanzado el proyecto, diferencias entre el director y los productores de la película, así como los turbios comportamientos de Singer, provocaron su despido. El rodaje fue terminado por Dexter Fletcher, realizador quizá menos dotado, pero más eficiente que su predecesor. Ajena a estos avatares, Bohemian rhapsody se convirtió en un fenómeno instantáneo que, más allá de lo cinematográfico, devolvió a la banda británica a la cima de la popularidad y, de rebote, hizo que multitud de jóvenes repararan en el legado artístico de Queen y volvieran sus miradas hacia el rock & roll, género que en las últimas décadas ha ido perdiendo buena parte de su ascendencia sobre la juventud occidental.
Queda claro que Bohemian rhapsody es cualquier cosa menos una película de director. Nada iba a verse en ella que no tuviese el visto bueno de Brian May y Roger Taylor, los dos miembros de Queen que, con acciones a veces muy cuestionables, han mantenido vivo el legado del grupo a través de los años. May y Taylor figuran como productores ejecutivos de la película, pero es evidente que su control sobre el producto fue casi absoluto. Los objetivos estaban claros: devolver el nombre de Queen, y por extensión el de su fallecido vocalista Freddie Mercury, a lo más alto, con un film que fuese del agrado de los antiguos fans de la banda y que, a su vez, produjese una nueva generación de fanáticos, en especial en los Estados Unidos, territorio perdido para el grupo desde mediados de los 80. El cóctel de nostalgia y deseos de agradar al gran público ofrece en pantalla unos resultados espectaculares aunque, para la hinchada más acérrima, salte a la vista que
Bohemian rhapsody es una versión superficial y edulcorada de lo que fue la trayectoria de Queen en sus años de auge y máximo esplendor. Lo primero es casi obligado, porque un estudio profundo de la carrera del grupo daría para una serie de muchos capítulos, más que para un largometraje de poco más de dos horas. Quienes deseen la verdad deberían ver, si es que no lo han hecho ya, los documentales Queen: Days of our lives y Freddie Mercury: Lover of life, singer of songs. Bohemian rhapsody es otra cosa: un magnético espectáculo rockero, entretenido y plenamente disfrutable, que altera o camufla la verdad cuando lo necesita porque de lo que se trata, para May y Taylor, es de reivindicarse (tanto ellos mismos como todo lo que Queen significa) y de hacer que esos miles de pies que golpean el suelo al ritmo de We will rock you sean también los del público que llene las salas. Objetivo no cumplido, sino cumplidísimo. Cosa distinta es que para ello fuese necesario faltar a la verdad en un aspecto tan decisivo como el momento en el que Freddie Mercury y el resto de la banda fueron conocedores de la enfermedad contraída por el cantante.
Tres apuntes personales: soy fan de Queen desde la preadolescencia y lo seré hasta que me muera; si me dieran una máquina del tiempo y con ella pudiera trasladarme a tres distintos lugares de la historia, uno de ellos sería el césped del estadio de Wembley el 13 de julio de 1985; en mi interior, Queen se acabó en ese mismo templo futbolístico, en cuanto se apagaron las luces del homenaje a Freddie Mercury celebrado allí en 1992. Valga todo esto para documentar mi absoluta falta de objetividad respecto a Bohemian rhapsody, porque los amores pueden ser muchas cosas, pero nunca son objetivos mientras no mueren. Sé que en muchos aspectos no es la película que debería ser, que quienes afirman que es un film demasiado correcto para una banda tan incorrecta no andan muy desencaminados y que en la puesta en escena y los distintos apartados técnicos hay más piloto automático que pasión, pero también sé que la película me ha emocionado, que el final en el Live Aid es impagable, que esos fotogramas me han devuelto a épocas mucho menos sombrías y han significado un nada despreciable chute de energía para este misántropo cuarentón. Quisiera vivir en un mundo en el que todas las películas que no son lo que deberían ser fuesen como Bohemian rhapsody. Entiendo el afán por salvaguardar la memoria de un artista que ya fue muy maltratado en vida, y también las ganas de ajustar cuentas de May y Taylor, vayan éstas contra gurús discográficos, prensa sensacionalista, críticos musicales, o ex -amantes despechados de nefasta influencia. Las entiendo porque ninguna de esas personas hizo jamás feliz a nadie, al contrario que Queen. En cuanto a la MTV, el daño que sus capitostes le hicieron al grupo es poca cosa en comparación con el que infligieron, y siguen infligiendo, a la música en general.
Luego está Rami Malek. Por suerte, nadie fue tan estúpido como para contratar a un vocalista de karaoke para imitar a quien quizá sea el mejor cantante de rock de la historia. La apuesta fue confiar en que un intérprete talentoso fuese capaz de ser a la vez el Freddie persona y el Mercury frontman, y en ambos aspectos la labor de mimetización de Malek es tan sobresaliente que el resto del elenco queda totalmente eclipsado por su trabajo. Sería injusto, no obstante, omitir que Lucy Boynton y Gwylim Lee son dos actores notables, lo mismo que Aidan Gillen, o que Allen Leech no les va muy a la zaga, pese a que su personaje, que no es otro que el villano de la función, esté definido con trazo muy grueso. De los actores principales, creo que Ben Hardy es quien muestra un nivel más flojo.
Poco más que añadir a lo ya dicho, salvo un último apunte: Dios salve también a esta Reina.